A favor, por Aleix Gwilliam

En los últimos meses, el mundo árabe ha estado muy presente en las noticias. Revueltas sociales de reivindicación democrática han arrasado en varios puntos del norte de África y Arabia. Sabedor de que la realidad es dura y de que la mayoría del público ya lo ha visto por TV, el director Radu Mihaileanu ha estrenado una película eufemística –en el mejor sentido de la palabra– y nada amarga, que se enmarca en ese contexto actual, pero versa sobre otro tipo de revolución: la de género.

Se titula La fuente de las mujeres y nos sitúa en un pequeño pueblo del Magreb, cuyas habitantes femeninas deben transportar diariamente pesados cubos de agua, descendiendo por una escarpada montaña que les ha provocado más de un aborto. Hartas de la injusticia que impera en su vida y apenadas por la pérdida de sus hijos no-natos, las mujeres usan la única arma que poseen para reivindicar sus derechos: el sexo. La emprendedora protagonista, Leila, activa la apagada voluntad de las demás chicas para realizar una huelga de amor. El antagonista, sin embargo, no sólo serán los hombres, también algunas señoras que han interiorizado demasiado su condición de inferioridad respecto a sus maridos.

A través de una narrativa de cuento, la película –inferior a títulos como Vete y vive (2005) y El concierto (2009)– intenta demostrarnos que el mundo árabe no es tan retrógrado ni misógino como creen los occidentales y que, por muy difícil que sea una situación, siempre hay espacio para la esperanza y el valor. Presentada en el Festival de Cannes de 2011, esta obra sentimental y tierna nos habla de la necesidad de que se produzca esa “segunda revolución” en el mundo árabe: la revolución en casa. Y con la espléndida Leila Bekhti en el papel protagonista y un impresionante paisaje de fondo, sales de la sala con las buenas sensaciones todavía en el estómago y el recuerdo de que el cine es un lugar donde se viene a disfrutar, no a sufrir.

A veces, es preferible que la realidad de la que nos ha hablado el telediario se muestre en pantalla grande de forma más sugerente, más poética. Mediante secuencias musicales, por ejemplo, que son precisamente las que utilizan las protagonistas del nuevo film de Radu Mihaileanu para expresar deseos de libertad y autoafirmación. Sin duda, lo mejor que se le ha ocurrido últimamente a ese director de apellido impronunciable.

En contra, por Carles M. Agenjo

Humanista, comprensible, bienintencionada y… seamos francos, demasiado bonita para ser verdad. Radu Mihaileanu es un platónico confeso. Al menos aquí. En su última película, La fuente de las mujeres, abarca temas de actualidad internacional y de enorme relevancia: el machismo, la desigualdad y la tradición en los países islámicos. El inconveniente, al menos para este crítico, es que se trata de un film creado por occidentales y dirigido a occidentales. Con toda la falta de matices y sobredosis de percepción turística que conlleva. Lejos estamos de la película Osama (Barmak, 2003)… Aquél premiado, estremecedor y –ojo al siguiente adjetivo– realista relato sobre una niña afgana que se ve obligada a disfrazarse de chico para evitar la ruina de su familia.

Sin embargo, no hay tanto que reprochar a la nueva película de Mihaileanu, si tenemos en cuenta lo que es: una fábula. El cineasta abarca temas espinosos desde el “Érase una vez…”, con la cámara limpia, alejada de la sordidez y la frialdad, sin querer documentar ni mostrar la complejidad política y social de un problema real. Por desgracia, el cineasta disfruta más con la superficialidad narrativa, la fotografía de anuncio de agencia de viajes, un humor simple y poco eficaz y ese happy ending tan exageradamente optimista que campa a sus anchas en el cine de consumo.

Por el camino, Mihaileanu complica el desarrollo del guión introduciendo demasiadas subtramas, demasiados temas –desde la discriminación, el maltrato y la mala distribución de recursos, hasta Al Qaeda– y personajes estereotipadísimos. Pero es innegable que se trata de un entretenido y amable producto comercial que llegará a los grandes públicos con facilidad. Que luego esta sobria versión de Lisístrata (Bellmunt, 2002) te sobrecoja, te impacte y consiga perdurar en tu memoria… es harina de otro costal.

Acerca de Carles M. Agenjo

"Un día sin reír es un día perdido" (Chaplin)

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